Acabo de terminar de leer La Última y la Primera Humanidad, de Olaf Stapledon. Aunque no me ha dejado tan boquiabierto como con el titánico esfuerzo de imaginación que hace en Hacedor de Estrellas me ha resultado un libro muy interesante.
Olaf (1886-1950), inglés de Liverpool, fue filósofo practicante, agnóstico convencido y ferviente pacifista en tiempos difíciles, lo que le acarreo problemas con el FBI. No obstante en uno de los múltiples formularios que tuvo que rellenar para entrar en EEUU se autodefinió como “el autor de obras de ficción fantástica que pretenden simbolizar los problemas del hombre contemporáneo, y de varias obras que bordean la filosofía” (extraído del prólogo de Pablo Capanna a La Última y la Primera Humanidad
En su faceta de escritor de ciencia ficción fue reconocido y homenajeado por Arthur C. Clarke, Brian Aldiss, Stanisław Lem, C.S. Lewis y John Maynard Smith, influyendo además en la obra de muchos otros. Son conceptos recurrentes en sus libros la mente colectiva y la angustia de la inteligencia ante el universo. Olaf aporta tanto como deja al lector que rellene con su imaginación, por lo que sus libros se recrean con cada lectura. Introdujo conceptos tan interesantes y heterodoxos como el de las Esferas de Dyson o considerar a las estrellas como elementos conscientes dentro del universo.
De vocación algo tardía su primer libro de ficción, justo este que nos ocupa, lo publicó cuando contaba más de 40 años (en 1930) En él hace un tremendo ejercicio de imaginación al contar una historia del sistema solar que dura dos mil millones de años, desde nuestros días hasta el final de nuestro grupo planetario. 18 humanidades sucesivas se describen en su evolución en una suerte de zoom infinito. Probablemente no sea casualidad que libros como los de Olaf o El señor de los Anillos surgieran en la misma época.
El sano “ejercio profético” de Stapledon le lleva a “predecir” desde el año 30 cosas tan sorprendentes como éstas: (cito algunas frases del prólogo de Pablo Capanna a la edición española)
En cuanto a Norte América, Stapledon imagina que la creencia en el “destino manifiesto” hará que Estados Unidos lleguen a sentirse “los guardianes del planeta entero”. Prevé que su cultura habrá de dominar el mundo “por medio de la prensa, el cine y la televisión”.
Mucho antes de la revolución maoísta se aventura a decir que “China aprendería la lección de Lenin” pero desembocando en un estado totalitario con “un Partido Vigoroso, devoto y despótico” que une la planificación comunista a los valores del americanismo. La descripción de las condiciones de trabajo que plantea Stapledon coinciden con las de los sweatshops del gigante asiático del presente.
Adelanta incluso una unión europea liderada por Alemania o un futuro mundo en dos bloques: EEUU-China. Olaf sin embargo se mantiene firme a los valores del cosmopolitismo y a la búsqueda de un fin como especie.
Se queda corto sin embargo al imaginar el desarrollo tecnológico que se alcanzaría durante el siglo XX. Por ejemplo la carrera espacial, las telecomunicaciones o la energía nuclear. Sin embargo ahonda en los problemas del petroleo y las crisis energéticas.
Más allá de los éxitos o aciertos creo que el valor de este tipo de escritos está en su capacidad de reflexión. Aunque quizás a nivel político-social eso sea ya cosa de otra época...
Olaf (1886-1950), inglés de Liverpool, fue filósofo practicante, agnóstico convencido y ferviente pacifista en tiempos difíciles, lo que le acarreo problemas con el FBI. No obstante en uno de los múltiples formularios que tuvo que rellenar para entrar en EEUU se autodefinió como “el autor de obras de ficción fantástica que pretenden simbolizar los problemas del hombre contemporáneo, y de varias obras que bordean la filosofía” (extraído del prólogo de Pablo Capanna a La Última y la Primera Humanidad
En su faceta de escritor de ciencia ficción fue reconocido y homenajeado por Arthur C. Clarke, Brian Aldiss, Stanisław Lem, C.S. Lewis y John Maynard Smith, influyendo además en la obra de muchos otros. Son conceptos recurrentes en sus libros la mente colectiva y la angustia de la inteligencia ante el universo. Olaf aporta tanto como deja al lector que rellene con su imaginación, por lo que sus libros se recrean con cada lectura. Introdujo conceptos tan interesantes y heterodoxos como el de las Esferas de Dyson o considerar a las estrellas como elementos conscientes dentro del universo.
De vocación algo tardía su primer libro de ficción, justo este que nos ocupa, lo publicó cuando contaba más de 40 años (en 1930) En él hace un tremendo ejercicio de imaginación al contar una historia del sistema solar que dura dos mil millones de años, desde nuestros días hasta el final de nuestro grupo planetario. 18 humanidades sucesivas se describen en su evolución en una suerte de zoom infinito. Probablemente no sea casualidad que libros como los de Olaf o El señor de los Anillos surgieran en la misma época.
El sano “ejercio profético” de Stapledon le lleva a “predecir” desde el año 30 cosas tan sorprendentes como éstas: (cito algunas frases del prólogo de Pablo Capanna a la edición española)
En cuanto a Norte América, Stapledon imagina que la creencia en el “destino manifiesto” hará que Estados Unidos lleguen a sentirse “los guardianes del planeta entero”. Prevé que su cultura habrá de dominar el mundo “por medio de la prensa, el cine y la televisión”.
Mucho antes de la revolución maoísta se aventura a decir que “China aprendería la lección de Lenin” pero desembocando en un estado totalitario con “un Partido Vigoroso, devoto y despótico” que une la planificación comunista a los valores del americanismo. La descripción de las condiciones de trabajo que plantea Stapledon coinciden con las de los sweatshops del gigante asiático del presente.
Adelanta incluso una unión europea liderada por Alemania o un futuro mundo en dos bloques: EEUU-China. Olaf sin embargo se mantiene firme a los valores del cosmopolitismo y a la búsqueda de un fin como especie.
Se queda corto sin embargo al imaginar el desarrollo tecnológico que se alcanzaría durante el siglo XX. Por ejemplo la carrera espacial, las telecomunicaciones o la energía nuclear. Sin embargo ahonda en los problemas del petroleo y las crisis energéticas.
Más allá de los éxitos o aciertos creo que el valor de este tipo de escritos está en su capacidad de reflexión. Aunque quizás a nivel político-social eso sea ya cosa de otra época...
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